“Encuentro Provincial de Veteranos del Ciclismo,…. no lo puedo creer” , Dante miraba una y otra vez, con claro desprecio, el ajado volante. Su paciencia empezaba a divisar el frágil paredón de los límites. Recordaba los esfuerzos para alcanzar su tan deseado título de periodista, al cual el presente maltrataba con un trabajo ingrato y mal pago en el diario “Visión Puntana” de la capital de San Luis.
Ansiaba el gran momento de alcanzar una nota de tapa, un titular ocurrente por él pergeñado, alguna estruendosa primicia que le hiciera inflar el pecho al mirar de soslayo un puesto de diarios.
Pero allí estaba, viajando a San Ignacio -un pueblito del norte de la provincia- a cubrir un acontecimiento tan insulso como previsible sería su protagonismo en las páginas del matutino. Una pequeña y olvidada columna de no mas de treinta líneas, algo pequeño, así se sentía el también, insignificante en aquel colectivo.
Para mitigar las horas de viaje, Dante se había aprovisionado con su pequeña y fiel compañera, una radio portátil -gris y desgastada- que gruñía con su concierto de descargas en la búsqueda de una buena sintonía.
Algo le llamó la atención, creyó haber escuchado una especie de grito, movió con mayor suavidad el sintonizador y pudo oír mejor “Elio, vení! Ayudame!, me esta volviendo loco, me persigue otra vez” Un fuerte descarga dio la pausa a la respuesta “Decime donde estás Gringo!” de nuevo carraspeó el parlante “Estoy en el pino quebrado, vení lo mas rápido que puedas!”….
El colectivo encendió sus luces internas, lo que generó una fuerte interferencia en la radio. Dante miraba el aparato algo consternado, no era difícil presumir que algo grave estaba sucediendo por allí cerca, un claro pedido de socorro se había colado por la antena de su radio.
“Descansamos 10 minutos en el parador!” vociferó el chofer. Los adormecidos pasajeros se movieron con torpeza hacía el exterior para aprovechar la pausa y estirar un poco las piernas bajo la estrellada noche. Dante, prefirió entrar al Bar del Parador y pedir un café, un anzuelo le tironeaba la nuca, sentía que quizás su momento había llegado.
“Que se va a servir, señor?” preguntó cordialmente el mozo, aquella noche el periodista estaba muy despierto, así que mintiendo estratégicamente, hizo derivar el diálogo en la razón de su presencia allí. Adujo ser alguien relacionado a la botánica, pero que tenía un hobby consistente en hacer esculturas con árboles que habían perecido.
“No conoce algún árbol caído por acá?”
El mozo no pensó mucho para decir “Si, está un pino caído hace un par de años doblando después de la gomería, derecho,… un par de leguas” al periodista le costó tragar saliva, confirmó que la oportunidad abría sus puertas de par en par, tenía la posibilidad de una gran primicia ante sus propias narices, dejarla pasar sería digno para un cobarde, pero no para él.
A través de la vidriera del Bar, vio como los pasajeros regresaban lentamente al colectivo, el cruzó la puerta pero desvió su marcha hacia el sentido opuesto de los demás, una fuerza ciega lo guiaba hacia lo incierto, la adrenalina le bullía en los confines de su humanidad.
De a poco su figura se fue perdiendo en las penumbras de la banquina, ya el colectivo se veía pequeño en el horizonte de la ruta. Antes de llegar a la mencionada gomería, vio un par de bicicletas viejas y sin candado. Sin pensarlo demasiado, Dante tomó prestada sin aviso una de ellas, el viaje era algo largo, y además debía estar preparado por cualquier urgencia.
El camino de tierra -indicado por el mozo- se fundía en el más espeso de los agujeros negros. Su pedalear desenfrenado hacía agitar su pecho y la fría transpiración se hacia sentir ante la brisa. De repente lo pudo ver, ese era el pino caído, no cabía ninguna duda. Dobló por un sendero para acercarse más. A unos veinte metros del árbol, se encontraba una pick-up con el motor encendido y los faroles delanteros iluminando los surcos de soja.
Alguien estaba al volante, Dante se acercó sigilosamente, tironeado entre la curiosidad y el miedo, se movía despacio, agudizando la vista. Estando a pocos metros de la camioneta, se empezó a convencer, de que quién estaba sentado allí no estaba bien, entonces sí, apuró su paso, la puerta del acompañante estaba abierta. Un rostro aterrado con los ojos vidriosos ampliamente abiertos, la mirada congelada, y una piel pálida con ribetes violetas parecían sugerir lo peor. Temblorosamente el periodista le tomó el pulso en el cuello y pudo confirmarlo, quien estaba allí, estaba muerto. Y por la expresión de sus facciones, no había sido la mejor de las partidas.
Dante se sobresaltó, una voz explotó desde el radio transmisor del vehículo, “Gringo, ya casi llegamos, aguantá! Gringo, respondé! Estás Bien?” los hilos se tejieron con precisión en la cabeza del comedido periodista. El cuerpo que se encontraba a su lado, hace unos minutos atrás contenía a una persona gritando por auxilio, algo lo perseguía, y al parecer lo había alcanzado.
El espejo retrovisor brilló furiosamente, el resplandor y el ruido expulsaron a Dante de la camioneta. Otros vehículos marchaban a campo traviesa hacia ese lugar, frenaron, se sintieron gritos “Disparale ahora!” “No le va a hacer nada Elio!” -acotó otra voz-. El periodista titubeó abrumado por un par de segundos, dio un par de pasos rápidos hacia adelante, allí sintió un par de ruidos secos. Un crudo frío en su vientre, luego alcanzó su pecho.
Cayó de rodillas, no podía hablar, su boca emanaba sangre, con algo de fuerzas se volvió a enderezar, para dar un par de pasos más hacia delante. “vamos de acá!” ordenó una de las voces, rugieron los motores y las luces junto al ruido se fueron apagando de a poco. Menguaron también los sentidos de Dante, que herido, y con el último gramo de fuerzas, ansiaba escapar de allí.
Al llegar arrastrándose al sendero su borrosa visión lo confundía. Alguien le había acercado la bicicleta, era alguien similar a él mismo, “Mi ángel de la guarda” intentó reflexionar, pero sus neuronas se arrastraban por oxidadas cañerías, todo comenzaba a apagarse de manera cancina.
El mozo que lo había atendido a Dante la noche anterior, fue el encargado como todas las tardes de recibir los diarios del día, le llamó poderosamente la atención el gran titular del vespertino “La Voz de San Ignacio”, unas pesadas letras no se intimidaban en gritar a viva voz “Misteriosa muerte de un hacendado, Testigos juran haberle disparado al mítico Fantasma Jaime Julián” Una foto de la camioneta, junto al pino caído apoyaban el copete. Debajo en un pequeño y olvidado rincón de la tapa, un título muy pequeño decía “Ciclista muere atropellado por un camión”.
Dante y Jaime Julián deseaban exactamente lo mismo, sólo que uno de los dos consiguió llegar primero.
FIN
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