viernes, 25 de mayo de 2007

El Caso Trancas - 1era Parte














El lunes 21 de octubre de 1963, Argentina (28) y Jolié (21) Moreno llegaron con sus pequeños hijos Victoria, Nancy y Guillermo, de Rosario, provincia de Santa Fe –donde residían– a San Miguel de Tucumán, y de ahí hasta la finca “Santa Teresa” en Villa de Trancas, donde se reunirían con sus padres, Antonio (72) y Teresa (63), y su otra hermana, Yolanda (30). Un motivo de esta visita era que sus maridos, ambos oficiales del Ejército, debían participar en unas importantes maniobras militares previstas para esos días, y en la madrugada partirían en tren desde Tucumán a Salta, pasando por Trancas.

Cenaron muy temprano y, exhaustos por el viaje, todos se fueron a descansar a sus habitaciones. Cerca de las 21 horas, la doméstica Dora Guzmán (15), que se hallaba en los fondos de la vivienda, aparece una y otra vez insistiendo en que veía luces sobre el terraplén del ferrocarril, situado a 200 metros al frente de la finca. Los padres dormían, Argentina seguía atenta a su lectura y Jolié le restó importancia, pues debía darle el biberón a Guillermo, de cuatro meses. Yolanda, en tanto, pensó al escucharla que sería un ómnibus.

Finalmente, Dora persuade a las hermanas para verificar las “luces raras” que estaba viendo. Se trataba de un conjunto de cinco luces, distantes entre sí a no menos de 100 metros, tres al frente y dos un poco más al norte (noreste). Se encendían y apagaban con cierta intermitencia, arrojando haces lumínicos en distintas direcciones, iluminando incluso la finca (vivienda, gallinero). No tenían forma discernible, presentando el aspecto de focos de luz. Las asustadas mujeres sospecharon que podría tratarse de un accidente ferroviario (es frecuente que el tren se lleve por delante algún vacuno), o que podría ser una escuadrilla de operarios reparando las vías, pues a unos 500 metros, o más, hacia el norte, visualizaron unas siluetas humanas desplazándose en torno a los reflectores.

El temor fue mayúsculo cuando Yolanda apunta la posibilidad de que podrían ser guerrilleros haciendo un sabotaje (levantando las vías o colocando una bomba), recordando los episodios de la incipiente guerrilla rural de Taco Ralo, al sur de Tucumán, hacia fines de 1962. Es que los maridos de Argentina y Jolié pasarían por allí en cuestión de horas en un tren militar y, además, ellas se encontraban solas, su padre enfermo y sus pequeños hijos desprotegidos. En busca de otra explicación, una de las hermanas recordó haber leído que en varias partes del mundo se habían visto platos voladores, y especialmente el caso del camionero Douglas (quien días antes –en Monte Maíz– había visto un aparato con varios seres que lo habrían quemado con un fino haz de luz), sugiriendo la posibilidad que fueran esas naves.

Entre corridas y encierros, deciden salir para observar mejor, cuando ven una tenue luminosidad verdosa y, pensando que era la camioneta conducida por un peón que trabaja en la finca, van hacia la tranquera.

De pronto, a unos ocho metros de ellas, se encendió una luz que las encandiló, pudiendo notar por un instante que había un aparato de unos 8 x 3 metros, provisto de una torreta, y con gajos y grandes remaches dispuestos en su superficie. El impacto fue tal, que Yolanda trastabilló, tropezó, y en segundos estaban refugiadas nuevamente en la casa. La doméstica, de 15 años, entró exclamando que la habían quemado, pero Argentina y Yolanda comprobaron que sólo estaba asustada. A estas alturas todos estaban levantados. El padre intentando salir, era retenido presa de nervios por sus hijas, pues se hallaba enfermo. Con las puertas trancadas, desde la ventana (los postigos cerrados y por veces entreabiertos), atisbaban el fenómeno. Una de las jóvenes mujeres creyó que los haces de luz atravesaban las paredes, pero otra sostuvo que lo hacían a través de las rendijas. La misma creyó que los haces se extendían y retraían a voluntad, pero resultó que por momentos lo hacían a ras del suelo.

La situación era desesperante. La madre oraba, la doméstica lloraba, las hermanas gritaban y corrían de una habitación a otra, siguiendo las alternativas. Los testigos notaron el ambiente pesado, caluroso. Ese objeto más cercano (‘F’) emitía un ruido de máquina en funcionamiento, pero ya sólo veían de él un espeso y creciente vapor y unas luces, que parecían recortar seis ventanas, impidiéndoles apreciar si se hallaba suspendido a corta altura o posado en tierra (con posterioridad se encontraron allí los vegetales presuntamente aplastados).

Transcurrieron 40 minutos, hasta que el objeto ‘F’ –que les parecía comandar las acciones– se desplazó hacia el este y los demás, siempre en forma rasante, hicieron lo mismo, hasta desaparecer en dirección de las Sierras de Medina, distantes a 20-25 kilómetros.

Luego, corrieron hacia los vecinos para avisarles del acontecimiento, pero son muy pocos los que vieron algo. El vecino lindero Francisco Tropiano alcanzó a ver pasadas las 22 horas muy iluminado el sector este del lugar, al frente de su finca.

Nadie durmió esa noche en lo de Moreno. Por la mañana Jolié fue a la estación ferroviaria rogando enviar un telegrama a su hermano Antonio (h), que vive en S. M. de Tucumán, a raíz del episodio. Cuando recibió el mensaje –debido al procedimiento–, ya lo sabía gran cantidad de personas. Incluido el periodismo, que pronto se hizo presente. Luego, se solicitó la intervención de la policía, labrando un acta, custodiando el lugar durante días sin novedades, y requiriendo al Instituto de Ingeniería Química de la Universidad de Tucumán que examinara el polvillo blanco hallado en el sitio donde fueron observadas las luces, resultando ser carbonato de calcio con impurezas de carbonato de potasio.

Hasta aquí, una apretada síntesis del clamoroso encuentro. A fin de dar precisión al episodio, seguidamente, incluimos las respectivas versiones de las hermanas Moreno.

No hay comentarios: