miércoles, 17 de diciembre de 2008

La Confesión Perdida

Hace más de cincuenta años, en un sótano de la ciudad de Opole, -en el sur de Polonia- fue encontrado un ajado manuscrito. Lo que despertó la atención de quien lo halló, -un joven carpintero llamado Svenn Szczyska- fueron las extrañas morfologías que estaban plasmadas en aquel amarillento papel. Tal es así, que en un principio, Szczyska no presumía que se tratase de un texto sino más bien lo veía como ornamentos sin sentido alguno. Fue su hermano Walery, graduado en historia, el primero en identificar ciertos rasgos del alfabeto sumerio en aquellos crudos trazos.

Al tiempo, un alto catedrático de la Universidad de Cracovia, se interesó en el manuscrito apenas tuvo conocimiento de su existencia y lo estudió exhaustivamente junto a otros colegas. Al tomar dimensión de lo que allí estaba escrito, decidieron continuar su estudio de manera secreta ya que consideraban que el contenido expresado podía generar una psicosis masiva en la población de aquellos años.

El siguiente texto es la fiel reproducción del manuscrito hallado por Szczyska.

“Al parecer algo me golpeó, y por las heridas en mis codos, debo haber rodado por las escaleras. Me encuentro en un húmedo sótano que pierde su oscuridad en un pequeño candelabro, gracias a el puedo ver, y he decidido comenzar a escribir, aunque no se si será lo correcto. Siento temor…

Desde hace unos instantes, un aberrante estado de conciencia intenta sacudirme, de algún modo asumo un conocimiento desordenado. Mi pecho palpita frenético. Una revelación hiela mis entrañas con solo considerarla. Susurros retumban tras mi nuca.

Hasta hace un par de horas, yo estaba seguro de una cosa: mi nombre era Leszek y me apellidaba Kaminski, había logrado cierto renombre siendo un avezado cronista del Trybuna Opolska, y además, estaba enamorado de una joven florista alemana que tenía su puesto cerca de la redacción del periódico…

Ahora no estoy seguro de eso. Es que se ha comenzado a apropiar de mí, una idea siniestramente congruente. Mi identidad es cada vez más difusa, o por lo contrario, cada vez contemplo con mayor claridad que en realidad no soy Leszek, aunque en verdad siento que también lo fui, pero me veo en miles de rostros, incluso desde incalculables años atrás.

Se agudiza este estado ajeno, todo es un carrusel de voces, de aromas, de tiempo. Escribo de manera febril, siento que se abren incandescentes pasadizos en mi mente. Soy parte de este planeta desde decenas de miles de años. Lo escribo porque estoy convencido de ello. Lo sé. Llegué aquí como expedicionario de un lejano rincón del universo. Mi nombre es Elyon.

Lo puedo recordar, como si no hubiera pasado mucho tiempo. Ellos, mis hermanos de viaje, me encomendaron explorar algunas propiedades en la superficie de este planeta. Lo hice de manera pertinente. Me dijeron que partirían por un corto tiempo, y luego regresarían por mí. Pasé momentos de claridad y de penumbra girando junto al suelo, con mi vista clavada en el horizonte. Me temo que nunca regresaron.

Al principio intenté adaptarme a las gigantescas tormentas, a las erupciones volcánicas, y a los continuos sismos, típicos de un mundo joven, pero el paso del tiempo empezó a hacer mella en mí. Solitario y aburrido, me quise divertir. Hablar conmigo mismo en voz alta ya era una constante desde hacía siglos, se sentía bien. Pero añoraba dialogar con alguien. Mi existencia era insignificante. Necesitaba sentirme poderoso. Seré un dios.

Empecé a moldear con barro fresco, a orillas de un arroyo, un cuerpo como el mío. Con el dialogaría en las tardes, esperando aun que mis hermanos volvieran, tal como lo habían prometido. Al terminar de esculpirlo, lo llamé Adán, mientras le hablaba desde las copas de los árboles, …a menudo le daba órdenes. La idea me entusiasmó, así que moldeé otra vez, pero modificando las formas, la llamé Eva, Ahora les hablaba a los dos, les sugería que eran complementarios, y era yo mismo quien respondía por ellos. Yo era ellos.

No se exactamente cuando sucedió, pero hubo un momento en que todo se fue de su cauce. Quizás fue cuando estando acostado en la rama de aquel árbol, comiendo un rojo fruto, quise ser otro Dios, porque el poder necesitaba un cambio de estilo. De todos modos, pienso que para ese entonces, Elyon ya no existía como tal. En su lugar había un desquiciado ser que hablaba solo sin parar en diferentes voces, moviéndose de manera estúpida en las praderas de un planeta vacío y gris.

Fui todos y cada uno de los que creyeron –y creen- pisar esta tierra, me multipliqué de manera infinita, incontenible. La soledad de mi amanecer contrastaba con la posterior multitud floreciente con que inundé las montañas y las llanuras. Lidié mis contradicciones con guerras imaginarias, quise redimir mi culpa adoptando creencias y consagrando santos, fantaseé con milagros, soñé travesías sobre los mares azules, trunqué las vidas cuando me agotaban, juzgué y condené, mendigué y derroché, fui payo y moreno, joven y anciano. En todos me reflejé, pero en ninguno me desperté. Hasta hoy. En este húmedo sótano.

No se cuanto tiempo más continuaré asumiendo esta atroz verdad, creo, para ser sincero, que me está abandonando lentamente… como una marea al retirarse. Al fin y al cabo, puede que todo sea una enfermiza ilusión. Ese golpe que me dí al caer, ha de haber sido duro. Quien Sabe. Quizás mañana vuelva a la redacción del Trybuna Opolska a tipear en mi fiel Olivetti, sin recordar nada de lo que ahora escribo en este viejo y extraño idioma. Por lo pronto saludaré a la florista, siento que tenemos muchas cosas en común.”


FIN